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harolconj
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Gerald Cotten tenía apenas 25 años cuando, en noviembre de 2013, tejió QuadrigaCX desde su laptop en Vancouver. Nacido en 1988 en Belleville, Ontario, Gerry —como lo conocían los pocos— había crecido entre antigüedades familiares y foros oscuros de la red, donde a los 15 ya traficaba en esquemas Ponzi disfrazados de "inversiones milagrosas". Bajo diferentes seudónimos navegaba la deep web como un fantasma, lavando oro digital en sitios como TalkGold, un nido de estafas que el FBI desmantelaría años después. Su socio, Michael Patryn —un tipo con arrestos por fraude y un historial que apestaba a prisiones estatales—, era el músculo turbio detrás de la cortina. Juntos, erigieron Quadriga sobre las cenizas de sus fraudes pasados: un exchange canadiense que prometía ser el portal seguro al paraíso de Bitcoin. Miles de canadienses —padres ahorrando para la universidad de sus hijos, jubilados soñando con retiros dorados, soñadores millennials— vertieron sus ahorros en sus servidores. Cientos de millones en cripto, fluían hacia "cold wallets" que solo Gerry controlaba. Él era el único con las llaves —contraseñas encriptadas que nadie más podía descifrar—. "Es el futuro", susurraba en conferencias virtuales, mientras realizaba transferencias que devoraban fortunas ajenas. Pero Gerry no era un profeta; era un depredador con piel de cordero. Desde sus días en la Schulich School of Business de York University, donde se graduó en 2010 con un título en administración que usaría para maquillar mentiras, había perfeccionado el arte del engaño. Quadriga no era un exchange; era un Ponzi envuelto en tecnología reluciente. Usaba cuentas fantasma para inflar volúmenes de trading —hasta un 30% falso, según investigaciones posteriores—, movía fondos de un cliente a otro, y perdía millones en apuestas salvajes en plataformas extranjeras. En 2014, solo 7,4 millones de dólares en Bitcoin circularon por sus venas; para 2018, con 115.000 usuarios y 76.000 en quiebra, el agujero era de 215 millones de dólares canadienses en deudas, con apenas 28 millones recuperables. Las víctimas no notaban las señales de alerta; solo veían el brillo de las pantallas y la ilusión de que el Bitcoin no tenía techo. Gerry, mientras tanto, se deleitaba de una vida de lujos. Su novia, Jennifer Robertson —una gerente de propiedades que procesaba fondos dudosos para Quadriga en sus inicios—, se convirtió en su cómplice involuntaria, o eso juraba ella después. El telón cayó el 9 de diciembre de 2018, en Jaipur, India. Gerry, de 30 años recién cumplidos, había volado allí con Jennifer para su luna de miel, un mes después de casarse en una ceremonia discreta. Sufriendo Crohn desde la adolescencia —Una enfermedad silenciosa que lo consumía por dentro, sin que nadie lo notara—, cayó enfermo en el Taj Rambagh Palace. Pocas horas después, en el hospital Fortis Escorts, los médicos confirmaron el diagnóstico: peritonitis aguda. El intestino había sufrido una perforación, una complicación inusual en un cuerpo ya frágil por las terapias con anticuerpos. El cuerpo fue embalsamado a toda prisa, en una ceremonia apresurada. Luego, lo enviaron de regreso a Canadá, sellado en un ataúd que parecía guardar más de un secreto. Nadie lo vio realmente, salvo Jennifer y algunos burócratas; no hubo autopsia, solo un certificado de defunción del gobierno de Rajasthan. Días antes, el 27 de noviembre, Gerry había alterado su testamento: todo —casas valoradas en millones, el yate Gulliver, un fondo de 100.000 dólares para sus chihuahuas— pasaba a Jennifer. Ella, en entrevistas posteriores, insistía en su inocencia; pero transferencias millonarias a su nombre y propiedades compradas con cripto sucia contaban otra historia. Un mes después, el 14 de enero de 2019, Quadriga soltó la granada: el CEO había muerto, y con él, las contraseñas. Cerca de 250 millones en cripto atrapados , retiros congelados, correos de pánico ahogando los servidores. El exchange colapsó en bancarrota, dejando a 76.000 almas con las manos vacías. Ernst & Young, los fiduciarios, recuperaron solo 46 millones; el resto, 169 millones al menos, se perdió en el vacío. La Comisión de Valores de Ontario lo destapó todo en 2020: era un fraude "antiguo envuelto en tecnología moderna". Gerry no había "perdido" las llaves; las usó para saquear, abriendo cuentas alias con saldos ficticios, trading con dinero ajeno hasta quemarlo en apuestas fallidas por 115 millones. Y aquí la pregunta que todos se hacen : ¿murió Gerry de verdad, o fue un "exit scam" maestro, un suicidio fingido para huir con el dinero? Gerry sabía pilotar aviones, manejar yates; podía evaporarse en las Bahamas con una cara nueva y un pasaporte robado, habilidades afiladas en su juventud dark web. En Reddit y podcasts como "Exit Scam", víctimas destrozadas desentierran anomalías: correos no autorizados, avistamientos borrosos en playas caribeñas. Jennifer, amenazada en la noche por notificaciones anónimas, vive recluida; se sabe que los abogados pidieron exhumar el cuerpo en 2019, pero seis años después, en 2025, el féretro permanece cerrado.

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